1939 a 1945 2da GUERRA MUNDIAL

1939 a 1945   2da GUERRA MUNDIAL 

 
Fue el ascenso de la Alemania de Hitler el factor que convirtió esas divisiones civiles nacionales en una única guerra mundial, civil e internacional al mismo tiempo. O, más exactamente, la trayectoria hacia la conquista y hacia la guerra, entre 1931 y 1941, del conjunto de estados —Alemania, Italia y Japón— en el que la Alemania de Hitler era la pieza esencial: la más implacable y decidida a destruir los valores e instituciones de la «civilización occidental» de la era de las revoluciones y la más capaz de hacer realidad su bárbaro designio. Las posibles víctimas de Japón, Alemania e Italia contemplaron cómo, paso a paso, los países que formaban lo que se dio en llamar «el Eje» progresaban en sus conquistas, en el camino hacia la guerra que ya desde 1931 se consideraba inevitable. Como se decía, «el fascismo significa la guerra». En 1931 Japón invadió Manchuria y estableció un gobierno títere. En 1932 ocupó China al norte de la Gran Muralla y penetró en Shanghai. En 1933 se produjo la subida de Hitler al poder en Alemania, con un programa que no se preocupó de ocultar. En 1934 una breve guerra civil suprimió la democracia en Austria e instauró un régimen semifascista que adquirió notoriedad, sobre todo, por oponerse a la integración en Alemania y por sofocar, con ayuda italiana, un golpe nazi que acabó con la vida del primer ministro austríaco.

Ahora bien, el compromiso y la negociación eran imposibles con la Alemania de Hitler, porque los objetivos políticos del nacionalsocialismo eran irracionales e ilimitados. La expansión y la agresión eran una parte consustancial del sistema, y salvo que se aceptara de entrada el dominio alemán, es decir, que se decidiera no resistir el avance nazi, la guerra era inevitable, antes o después. De ahí el papel central de la ideología en la definición de la política durante el decenio de 1930: si determinó los objetivos de la Alemania nazi, hizo imposible la Realpolitik en el bando opuesto. Los que sostenían que no se podía establecer un compromiso con Hitler, conclusión que dimanaba de una evaluación realista de la situación, lo hacían por razones nada pragmáticas. Consideraban que el fascismo era intolerable en principio y a priori, o (como en el caso de Winston Churchill) actuaban guiados por una idea igualmente apriorística de lo que su país y su imperio «defendían» y no podían sacrificar. En el caso de Winston Churchill, la paradoja reside en el hecho de que ese gran romántico, que se había equivocado en sus valoraciones políticas casi siempre desde 1914 —incluidos sus planteamientos de estrategia militar, de los que estaba tan orgulloso—, era realista en esa sola cuestión de Alemania. Por su parte, los políticos -Y había además, al final de todo, la duda acerca de si, en caso de que fuera imposible mantener el statu quo, no era mejor el fascismo que la solución alternativa: la revolución social y el bolchevismo.- Si sólo hubiera existido la versión italiana del fascismo, pocos políticos conservadores o moderados habrían vacilado. Incluso Winston Churchill era pro italiano. El problema residía en que no era a Mussolini sino a Hitler a quien se tenían que enfrentar. No deja de ser significativo que la principal esperanza de tantos gobiernos y diplomáticos de los años treinta fuera la estabilización de Europa llegando a algún tipo de acuerdo con Italia o, por lo menos, apartando a Mussolini de la alianza con su discípulo. Eso no fue posible, aunque Mussolini fue lo bastante realista como para conservar cierta libertad de acción, hasta que en junio de 1940 llegó a la conclusión —equivocada, pero comprensible— de que los alemanes habían triunfado, y se decidió a entrar en la guerra.    LA ERA DE LAS CATÁSTROFES de Eric Hosbswan (pag 160 del libro Historia del Siglo XX) 


 
FASCISMOS, vemos a Mussolini y Hitler juntos

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